Por Carlos Enrigue
Pues con la novedad de que se me presentó la oportunidad de ir a conocer la madre patria (hago la aclaración que la madre patria es España y el padre patrio Estados Unidos). La verdad me causaba muchísima ilusión.
Lo primero era escoger un viaje que se adaptara a mis ganas de conocer y a mi presupuesto –de crédito, desde luego. Rechacé, por no convenir a mis intereses, varios prospectos, entre ellos “Tus 15 años en Viena”, en virtud de que ya pasé esa edad y no me interesaba un baile de festejo con cadetes de chambelanes; tampoco me gustó “Europa maravillosa”, porque consistía en recorrer 16 países y 64 ciudades en 10 días. Elegí “España y sus ciudades”, de 10 días de duración, con 30 ciudades a conocer; todo en elegante Pullman, con habitaciones, transporte y desayuno incluidos. El agente de viajes nos reunió a los futuros viajantes, nos proporcionaron muchos folletos y vimos un video que contenía las maravillas de lo que veríamos en la tournée; también nos regalaron un maletín de viaje, con la condición de que el equipaje que lleváramos cupiera en él.
Creo que me equivoqué en la elección del viaje, el cual se debió haber llamado “Europa y sus escusados”, ya que sitio al que llegábamos los 60 participantes, llegábamos corriendo a los baños, que de eso sí vimos de todos los tipos y especies.
El día de la partida estábamos como niños con juguete nuevo. Salimos rumbo a la capital en un autobús a las 4 de la mañana, este viaje incluía visita a La Villa para despedirnos de nuestra Madre Santísima y nos dejó en el aeropuerto al filo de las doce del día. Lo que no nos dijeron fue que el avión saldría hasta las 6 de la tarde y que habría que esperar. Fuimos puntuales al abordar el avión, pero nos tuvieron 4 horas sentados en él y luego nos cambiaron de aparato porque ese traía mal la tarjeta inversa que controla los jirules del retospierre. A esta hora ya el personal estaba medio agotado, tomando en cuenta que ya llevábamos 18 horas de viaje. Aún tardó una hora en despegar. Desde luego que viajábamos en estricta clase perrier, en la que uno tiene dos opciones: soplarle la nuca al de adelante o que se la soplen a uno; para mi desgracia, el segundo más gordo del avión (después de mí, naturalmente), me tocó en la fila de adelante; debo aclarar que aunque yo estoy más gordo, soy un gordo modoso, de manera que no abuso al recargarme como si estuviera en un equipal en mi rancho, pero el sujeto de marras era gordo desparramado y aparte de recargar su humanidad en el asiento, totalmente echado para atrás, no dejó de moverse, con lo que me pasé un viaje de infierno. Aunque a otro tipo le fue peor, porque le dio el síndrome de clase turista y quedó aparentemente muerto, eso sí, con una sonrisa angelical en los labios, si he de ser sincero, yo creo que pasó a mejor vida.
Al repartir la cena, mi compañero de asiento muy educadamente dijo a la azafata que él jamás cenaba fuera de su casa, con lo que a la postre se perdió de la cena más jugosa que hicimos durante el viaje.
Un doctor chaparrito, que creo que era alteño, perdió el sentido y durante todo el viaje no hizo más que repetir que le habían robado una noche. Como buen alteño llevaba su calculadora para saber los precios de todo, convirtiéndolos a pesos, aún cuando sabido es que el que convierte no se divierte.
Llegamos a Madrid como a las 4 de la tarde, hora local y nos tardamos mucho en la aduana por los incidentes que ahí sucedieron. Un perro busca-droga o busca-armas se lanzó, inmovilizando a un tipo; resulta que el compañero de viaje es cohetero en México y por tanto está impregnado de olor a pólvora, el perro al olerla enloqueció. Otro perro olió una maleta en que la propietaria traía 4 kilos de chiles colorados, lo que provocó un shock en el perro y ya se lo querían cobrar a la señora. Al fin el guía nos salvó explicando todo a la policía, la que por si las dudas registró los números de pasaporte.

Con motivo del retraso del avión, llegamos a la villa y corte con varias horas de retraso, lo que evitó que viéramos Madrid de día; no obstante, nos subieron al famoso Pullman, que no era otra cosa que un camión común y corriente, en que se supone dormiríamos para ganar tiempo y desde luego que la compañía se ahorrara el costo del hotel. Recorrimos todo Madrid por la noche y así conocimos todo por fuera, el Palacio Real, la Catedral, el Museo del Prado y el Bernabeu, terminando el tour a las 7 de la mañana, donde nos bajaron en un parque, que dijeron se llamaba el Retiro. Ahí desentumimos nuestros cansados huesos, hasta que salió un solecito que no calentaba nada, calentaba más una mentada de madre. Pero había en el parque unos bebederos con los que medio nos aseamos.
Por la mañana, el guía, aprovechando que el portero de las Descalzas reales era su primo, nos hizo favor de introducirnos en tan bello claustro, y sin embargo, también de ahí salimos mal. Resulta que en ese sitio hay una capilla dedicada a la virgen de Guadalupe de Extremadura, pues una de nuestras contertulias, al ver la taumaturga imagen se sintió traicionada y a gritos empezó a decir que esa no era la virgen de Guadalupe. En vano trataron de explicarle que se trataba de una virgen homónima. Con eso terminó la visita de Madrid.
Salimos rumbo a Andalucía y en el camino paramos en una pequeñísima fonda en Ciudad Real, donde nos prepararon una comida castellana en un sitio repleto de españoles y turistas en que prácticamente no se podía respirar. La compañera de los chiles insistió en que le hicieran una salsita tostando los chiles de árbol, lo que provocó un efecto igual al olor de la bomba conocida como la bomba mostaza, con lo cual salimos huyendo de esa quemazón nosotros y los parroquianos que ahí estaban. Los agentes de la policía pensaron se trataba de un atentado terrorista con armas biológicas. La dueña del negocio se debate entre la vida y la muerte en cuidados intensivos del sanatorio de la Mancha.