A mediados de los ochentas, se puso de moda la metrópolización de la policía en la zona metropolitana de Guadalajara.

El Gobernador Enrique Álvarez del Castillo soltó la idea, y como era en esos tiempos, no muy diferentes a los actuales, la bufalada se fue sobre la propuesta del mandatario, y la aplaudieron a rabiar.

Era la fórmula mágica de la seguridad.

El gobierno estatal lo logró, pero fue un fracaso, y las policías siguieron siendo municipales.

Entre tantas voces aprobatorias, recuerdo que alguien (no recuerdo quien) dijo:

El asunto no es tan sencillo. Si algún poder siente, gusta y valora un alcalde, es el mando de un grupo armado, que obedece sus órdenes.

El Presidente hace favores, decía, con quien tiene compromiso, a través de la policía, desde sacar al hijo de un compadre, porque hizo un desmadre tomado, hasta favores mucho más serios.

Un Presidente sin policía, no se siente completo, se los aseguro. Nadie va a entregar la policía, sino le hacen manita de puerco.

Podrá parecer trivial este comentario, en estos tiempos, si no fuera porque acaba de pasar lo de la polémica alcaldesa de Tlaquepaque.

Ignoro con qué argumentos la convencieron, pero de que hubo manita de puerco, ni quién lo dude.