Lo recuerdo como si fuera hoy. Hace poco más de un año, Ciro Gómez le preguntaba a López Obrador:
-Cómo vas a acabar con la corrupción?
-Desde el primero de diciembre, nadie va a robar, porque el presidente va a poner el Ejemplo.
– ¿Y con los huachicoleros?
-Ya nadie va a robar, porque no van a tener necesidad, se acabará lo del huachicoleros.
-En cuánto tiempo?
-Desde el primer día.
– ¿Y el narco?
-Igual, se acabará, en cuanto tomemos posesión.
Ciro lo veía incrédulo. Estaba ante un mago.

Hoy, a once meses de gobernar de facto, y a seis meses de gobierno formal, los grandes problemas siguen intactos.
Andrés Manuel gobierna como nadie ha gobernado.
De entrada, con una consulta que sólo incluyó unos cuantos miles, en sus zonas de confort, para echar abajo la gran obra de Peña Nieto, que situaría a la ciudad de México la más avanzada en materia aeroportuaria, tiró a la basura 300 mil millones de pesos, que usted y yo seguiremos pagando, por un aeropuerto que no se hizo, ante la incredulidad generalizada, y la desconfianza de los generadores de empleos en el país.
Le pagamos caro un capricho, y el desarrollo de un nuevo proyecto, que genera más incertidumbre, que confianza.
Pero López Obrador hace eso y más, por su alto índice de popularidad, que no siempre la usa para bien.
Inició la lucha contra la corrupción, con un equipo y un Congreso plagado de corruptos. No se puede decir aún, lo que sus seguidores proclaman, el fin de la corrupción en México.
Le han brotado varios casos que no huelen a nardos, como las millonarias compras, sin licitación, como lo demanda la norma.
Y si le echan en cara la turbiedad de muchos contratos a favor de su gente cercana, simplemente lo niega de manera despectiva o los defiende a capa y espada, como el caso del empresario jalisciense, Lomelí, que es el superdelegado en esta entidad, pese a las evidencias que le presentan.
A cualquier acusación o crítica, dice de manera desdeñosa, que no es cierto.
Se ha enfrentado con la prensa que no le es favorable y hasta encara a sus críticos, como el periódico Reforma, donde, dice, se expresan los corruptos.
En materia de obras, hay tres que causan escozor: el aeropuerto, el tren maya y la refinería Dos Bocas, a contrapelo de la tendencia mundial, como es el hecho de que hace más de una década, no se construye una refinería, porque no es negocio.
Y es que la tendencia mundial va por la ruta de las energías limpias.
No entiende muchas cosas. En campaña, observó unos equipos de energía eólica, y dijo que se gasta en obras inútiles, como esos «ventiladores» que vio.
Nadie osa opinar a su alrededor, y ni siquiera corrigió cuando afirmó que la ciudad de México existía hace diez millones de años, cuando no habían aparecido ni los dinosaurios.
Y luego, ratificó su dicho, afirmando que hace diez mil millones de años, ya había hombres en América.
A él no le importan gazapos y errores, mientras su pueblo le aplauda.
La humildad no existe en él, toma decisiones en asuntos que no conoce, y no le importa equivocarse, como en el desabasto de medicinas y los recortes presupuestales que frenan el buen funcionamiento del país.
Él está contento con su pueblo, y cree firmemente que la piscacha que le da a la gente pobre, la va a sacar de su pobreza y la va a alejar de la delincuencia.
Es un hombre feliz, no cabe duda. Encontró la fórmula mágica para desacreditar a sus críticos, con calificativos despectivos, sin un grano de humildad para reconocer errores.
Todavía creo que tiene buenas intenciones, pero muchas cosas van peor en este país.
Ojalá cambie y le vaya bien a este país.
Lo dudo.