
Cuando escuché de un jovencito mediático, lleno de virtudes, ofreciendo todo un abanico de propuestas para oxigenar y mejorar la política, me interesó conocerlo.
Así, conocí a Pedro Kumamoto, un desconocido para quienes no acostumbraban mucho las redes sociales y los periódicos.
Me causó una gran impresión. Tanto, que lamenté no vivir en su distrito, en Zapopan, para ser diputado local.
Me convenció su discurso, pero yo estaba seguro de que iba a perder, porque sería devorado por los partidos políticos, como les había ocurrido a otros candidatos independientes.
Pedro era requerido por todos los programas de radio y era asediado por periodistas de todos los medios.
Y él se dejaba querer.
Cuando ganó, contra mi pronóstico personal, me dio gusto equivocarme.
Celebré que, por fin, llegaba sangre nueva a la política, en la persona de un chico, decidido a llegar como el Quijote, a lomos de Rocinante, blandiendo sus lanzas contra los corruptos, los que sólo viven una especie de vacaciones muy bien pagadas en tres años.
Lo celebré, y hasta pensé en reunirme con él, para orientarlo de cómo eran las cosas en el Congreso, para que no lo chamaquearan.
Pero no, me dije, no es necesario, él está firme en su propósito de adecentar, modernizar y eficientar el Poder Legislativo.
Le desee suerte. Creía en él.
Comenzó la legislatura, y Kumamoto sólo aparecía en algunas entrevistas y como testigo de piedra en las sesiones.
Pero yo le tenía confianza, y apliqué la del jugador de fútbol novato, que entra perdido a la cancha.
Pero como yo le tenía fe, dije, es cosa de tiempo, el muchacho se está aclimatando.
Entonces, recibió el trato de fracción parlamentaria y le entró bonito, así bonito, a las negociaciones con los partidos, y consiguió su presupuesto, metió a sus cuates asesores con mucho sueldo y poca chamba, y ni pestañeó, cuando uno de ellos, le pidió que le consiguiera un préstamo bastante considerable, y bonito también, porque no iba a pagar intereses, en abonos chiquitos, como en Ekar de Gas.

Luego, mi muchacho enloqueció, y andaba p’a todos lados, con un pingüino de Peluche, y para que no dijeran que estaba loco, le dijo a la prensa, quesque era su asesor.
Ahí es cuando dije: creo que ya lo perdimos.
Y Kumamoto, que, por cierto, lo acusaron de plagiarse el logotipo trespeleque, utilizado en campaña.
Después, lo único que hizo, fue la proposición de bajar el financiamiento a los partidos, un tema más manoseado que Galilea Montijo, que no trascendió más allá de los medios, y su aprobación tijereada, por el Congreso.
Para ello, se reunió con Aristóteles, y fue donde dije, siempre estuvo perdido.
Soñamos en Jalisco, que iba a haber un político limpio, moderno, transformador y valiente, y acabamos reconociendo, que lo del pingüino asesor, lo del pingüino asesor, es lo único que marcó diferencia.