Era 1979, y recibí una orden de información inusitada, en el desaparecido Diario de Guadalajara: entrevista a Alberto Cortez, está en Guadalajara, me dijo el dueño del periódico, Jaime González Ramírez.

Se me hizo raro, porque yo escribía columna política y atendía fuentes de gobierno.

«Espero que conozcas sus canciones», me dijo.

Y sí, yo tenía por lo menos dos discos, grandes, de esos que mi papá les decía comalones, por más que yo le decía que se llamaban Long Play.

-Hasta se te enchueca la boca, muchacho, pos qué, ¿sabes inglés?

Y ahí voy con Memo, un fotógrafo malísimo, que era el único que estaba disponible.

Llegamos al Degollado, como 40 minutos antes del concierto, como nos lo había pedido su representante, Carlos Almudena.

-Pásenle muchachos, espero que no les importe hacer la entrevista mientras me cambio, dijo, con tono amable, que me inspiró simpatía y confianza.

Encendí mi grabadora Panasonic, de casete, cuando algo llamó la atención del compositor y cantante, por algo que ocurría con el guitarrista que siempre lo acompañaba en sus conciertos.

Y el muchacho, desesperado, a punto de la lágrima, le explicó:

-Es que yo no puedo acompañarlo ahora, porque se rompió el moño del esmoquin, explicó.

Alberto volteó con nosotros:

-Es medio pelmazo, pero es el mejor guitarrista del continente.

Y le dijo: presta acá, no sabes hacer nada, fuera de la música.

Y abrió un maletín negro, de donde sacó un pequeño, pero bien provisto costurero.

Sacó hilo y aguja y se puso a coser la prenda descosido del músico, y se la entrega, no sin antes decirle:

-Toma, so burro.

-Gracias maestro, dijo con pena y timidez.

Le pregunté qué era lo que le daba más satisfacción en la vida.

-Contar estrellas. Lo hago desde niño, eso soy, un contador de estrellas.

Ya recuerdo muy poco del contenido de la entrevista, pero me impactó su sencillez.

-Mira, me dijo, yo no me esfuerzo por componer, porque los temas se te vienen a la mente, les pones un buen español, y listo. En esto, si fuerzas demasiado la composición, no te sale. A mí me llega la idea y la dejo fluir. De hecho, mis composiciones no son complicadas, porque son mis sentimientos.